En pleno corazón de la Costa da Morte, Cee emerge como un destino que cautiva por su belleza salvaje, su profundo legado histórico y su conexión con el Camino de Santiago.
Este enclave, punto de paso para los peregrinos que avanzan hacia Finisterre, representa la perfecta combinación entre naturaleza virgen y patrimonio cultural, civil y religioso. Sin olvidar sus maravillosos espacios para el avistamiento de cielo nocturno como destino Starlight.
En la provincia de A Coruña, a medio camino entre Coruña y Santiago de Compostela se ubica el municipio de Cee. En pleno corazón de la Costa da Morte, una zona conocida por su belleza viva, salvaje y sorprendente, se encuentra un destino que embelesa a los visitantes.
Este territorio se adentra en el mar por tres fragmentos de costa ubicados en las rías de Lires y Cee-Corcubión. Su geografía se distribuye en seis parroquias: A Ameixenda, Brens, Cee, Lires, A Pereiriña y Toba, cada una con su propio encanto y particularidades.
Cee es una joya escondida cuya naturaleza se encuentra marcada por la Ría de Corcubión, que baña en forma de arco la localidad, y la Ría de Lires, siendo la más pequeña de Galicia y cuya playa pertenece a la Red Natura 2000 por su valor ecológico. Sus playas, de diferente tipología repartidas entre sus seis parroquias, regalan al viajero una infinidad de posibilidades. A Concha destaca por ser una playa urbana situada en la Villa de Cee.
En la parroquia de A Ameixenda se encuentran la Playa de Gures, un arenal de belleza virgen y aguas cristalinas, la Playa de Caneliñas un rincón escondido que sorprenden por su belleza, en un entorno marinero que conecta con la autenticidad del destino. Además, de la Playa As Leiriñas, de arena blanca y piedra cerca del Castillo del Príncipe.
Por otro lado, en la parroquia de Tobe, límite entre los Ayuntamientos de Corcubión y Fisterra, está la playa de Estorde. Un paraíso de arena fina y blanca, en cuyo contorno semiurbano las aguas son tranquilas. Entre sus elementos naturales destacan también el Monte de la Armada y el Monte de Banle junto con el río Castro y Miñons.
Cee es la primera vista al mar para los peregrinos que viajan de Santiago a Finisterre, pero su atractivo va más allá de su entorno natural. Su patrimonio cultural es igualmente destacable por sus construcciones civiles como el Antiguo Castillo del Príncipe, el Instituto Fernando Blanco de Lema o numerosas casonas de piedra. Su legado etnográfico, donde destacan molinos, hórreos y cruceros de gran envergadura, mientras que su patrimonio religioso brilla con templos como la Iglesia de San Xián de Pereiriña o el Santuario de Nuestra Señora da Xunqueira.
Más que un destino, Cee es una experiencia. Un refugio para quienes buscan naturaleza, historia y autenticidad en un solo lugar.
El último reducto ballenero de Europa
Caneliñas fue la última gran ballenera que cerró en Europa, y de la que actualmente todavía se conserva su edificación principal.
Enclavada en la abrupta Costa da Morte, en la parroquia de Ameixenda perteneciente al municipio de Cee, aún resisten las ruinas de la última factoría ballenera de Europa. La vieja ballenera de Caneliñas, que cerró definitivamente en 1985 debido a la moratoria mundial en la caza comercial de cetáceos, es un testimonio olvidado de una industria que marcó la historia económica y social de Galicia.
El municipio de Cee alberga en Gures, parroquia de Ameixenda, una de sus parroquias, la factoría de más largo recorrido de Europa.
La vieja ballenera de Caneliñas comenzó siendo una fábrica de salazón, propiedad de Andrés Cerdeiras Pose, de la que actualmente se conservan sus paredes. Esta actividad derivó hacia la caza y despiece de cetáceos, muy relevante en Galicia. Entre 1924 y 1927, este enclave industrial fue adquirido por una empresa noruega fundando la primera factoría ballenera moderna de España.
Su emplazamiento estratégico favorecía el procesamiento de ballenas, pues se trataba de una ensenada protegida de los vientos, y con gran abundancia de cetáceos que eran cazados en las costas próximas por barcos especializados. Del tratamiento de estos animales, en los primeros tiempos, se obtenía aceite y otros derivados. Además, se aprovechaban las barbas de las ballenas para la confección de las armazones de los corsés de las mujeres.
Los métodos de caza intensiva utilizados por los noruegos mermaron rápidamente la población de cetáceos y obligo al cierre al poco tiempo.
En los años 30, una empresa española se hizo cargo de las instalaciones, aunque años más tarde volvió a manos de otra empresa noruega bajo el nombre de Industria Ballenera S.A. Esta mantuvo la actividad ampliando las instalaciones con nuevas naves y exportando su producto al mercado japonés permitiendo un mayor aprovechamiento del animal, a partir de 1970.
Tras una época de declive marcada por numerosas trabas, como el bloqueo internacional al régimen franquista, la falta de divisas o el Tratado de la Comisión Ballenera Internacional encaminaron el terrible final, que concluyó con el cierre definitivo en 1985 por la moratoria mundial en la caza comercial de ballenas.
En la actualidad se conserva buena parte de las instalaciones tanto de los primeros tiempos, como de otras épocas, como el muelle para atraque de las embarcaciones; un almacén para desechos transformados en harinas; la rampa de izado de ballenas, zona de despiece, algibes y depósito de aceite.
Las ruinas de Caneliñas constituyen el último gran vestigio de la industria ballenera en Europa, en el que se capturaron cerca de 12.000 cetáceos, cuyos productos fueron usados en diferentes sectores como alimentación, cosmética y la industria química.
Este reducto narra una historia de tradición y transformación industrial, pero también es un patrimonio olvidado que aún tiene mucho que contar.