Es indudable que durante la segunda mitad del siglo XIX el sector hotelero fue creciendo en número y en calidad en los países más avanzados.
En sus principales ciudades se fueron inaugurando alojamientos con gran capacidad, dotados de buenos profesionales y excelentes ubicaciones, y en los que los clientes, cada vez más exigentes en cuanto a los servicios prestados, podían recibir un trato exquisito.
Fueron buena prueba de ello los hoteles Ponce de León (San Agustín, Florida), del Coronado (San Diego, California), Sacher (Viena), Adelphi (Liverpool), Ritz (París), Central (Berlín), Carlton (Londres), Savoy (Londres), Riffelalp (Zermatt), Dolder (Zúrich), Tampa Bay (Tampa, Florida) y Raffles (Singapur), entre otros.
En España, a mediados de la centuria, Richard Ford, autor de A Handbook for travellers in Spain and readers at home (1844), recomendaba a sus lectores que cuando viajasen a ella se llevaran sus propias provisiones y señalaba que solo había hoteles en las ciudades más importantes y en los principales puertos de mar, y que, generalmente, no eran cómodos. Lo cierto es que predominaban los hoteles de pequeño tamaño y con pocas habitaciones en los que se ofertaban servicios muy básicos, y que solían ser propiedad de una familia. También había hoteles en algunos balnearios, posadas y fondas en poblaciones, y ventas en los caminos. Pero, afortunadamente, a lo largo de las cuatro últimas décadas decimonónicas se canalizó un importante flujo de inversión hacia las infraestructuras hoteleras. En los balnearios y estaciones termales se ampliaron y reformaron los alojamientos, que aumentaron su calidad y servicios, y también se produjeron inversiones hoteleras en las grandes ciudades. En ellas se instalaron hoteles con 150-200 habitaciones, muy bien ubicados, con personal más cualificado y gerentes que conocían el sector, con buenos servicios y suntuosidad en la decoración, el mobiliario y la restauración, que comenzaban a asemejarse a los grandes hoteles europeos. Entre las destacadas incorporaciones al negocio habría que destacar el Hotel de los Príncipes, el Grand Hotel de París y el Gran Hotel Inglés, inaugurados en Madrid en 1861, 1864 y 1886, respectivamente; el Hotel Continental y el Hotel de Londres y de Inglaterra, que abrieron sus puertas en San Sebastián en 1884 y 1876, respectivamente; el Orotava Grand Hotel y el Hotel Taoro, ambos ubicados en el Puerto de la Cruz y que fueron inaugurados en 1886 y 1890, respectivamente; o el Gran Hotel la Perla, en Pamplona, el Hotel España, en Barcelona, y el Gran Hotel Mondariz, que recibieron a sus primeros clientes en 1881, 1888 y 1898, respectivamente. Estas iniciativas sirvieron de acicate al resto de la planta hotelera del país para incrementar su profesionalización y mejorar sus instalaciones y servicios, aunque se hizo de manera muy progresiva.
En la primera década del siglo XX la hotelería turística española experimentó un destacado dinamismo, muy localizado en determinadas ciudades y, posiblemente, sin suficiente expansión por todo el país. En la mayoría de los casos fueron iniciativas individuales en las que los propietarios eran, al mismo tiempo, los directores de los establecimientos. No obstante, también se abrieron al público grandes y lujosos hoteles. La coronación de Alfonso XIII, en 1902, y su boda, en 1906, pusieron de manifiesto que la capital de España, y el resto del país, no contaban con hoteles con categoría para alojar al gran turismo europeo. Había, por lo tanto, que impulsar la creación de una oferta de lujo. El modelo elegido en Madrid, y en otras localidades españolas, fue el de los hoteles de César Ritz. Un nuevo estilo que revolucionó el sector al diseñar un modelo integral de hotel basado en la estética, la higiene y la eficacia, y destinado a lograr un ambiente elegante y acogedor que hiciese que el cliente se sintiera como en casa. Ritz elevó el nivel y dignificó las profesiones de la hotelería y de la restauración gracias a la modernización e higiene de sus establecimientos, que contaban con las mejores cocinas de su tiempo, así como con una amplia gama de servicios, a cualquier hora, y una gran dotación de personal.
En 1903 se había construido el Grand Hotel de Palma de Mallorca. Ofertaba 150 camas, luz eléctrica y baño privado en algunas habitaciones, y aparecía en las guías turísticas internacionales. El Hotel María Cristina (Algeciras), funcionaba como alojamiento de temporada invernal para familias inglesas y alemanas, y el Gran Hotel Taoro (Tenerife), seguía siendo una estación de invierno para los británicos. En la capital, sin embargo, la oferta hotelera no alcanzaba la categoría suficiente para hospedar al turismo de élite. Una carencia que trató de aliviarse con dos nuevos hoteles de lujo. En 1910 se inauguró el Hotel Ritz. Inspirado en el modelo de París y Londres, proyectado por el arquitecto Charles Mewes, con 5 pisos de altura, dotado con 170 habitaciones y un sólo baño por planta, se convirtió en el gran establecimiento hotelero de la capital. Sus principales accionistas fueron españoles, destacando los López-Güell y los Urquijo, y durante su primer año de explotación alojó a 23.178 clientes. Pero muy pronto tuvo un serio competidor. En 1912 abrió sus puertas el Hotel Palace, propiedad de la compañía Madrid Palace, S.A., cuyo accionista mayoritario era el empresario belga Georges Marquet. Sus 6 plantas de altura, 300 metros de fachada y 800 habitaciones, todas ellas con teléfono y baño incluidos, lo convirtieron en el mayor establecimiento de lujo de España. Desde su inauguración se convirtió en un feroz rival para el Ritz, cerrando su ejercicio inaugural con 90.664 clientes. De hecho, la mala situación económica de éste empujo en 1913 a su Consejo de Administración a arrendarlo, por un canon anual de 350.000 pesetas, a la empresa Madrid Palace, S.A., la cual se haría en 1926 con el control total de su vecino competidor al adquirir la participación de los Urquijo, que ascendía al 40 % de las acciones.
Granada y San Sebastián también contaron con establecimientos de gran hotelería. En 1910 se inauguró en la capital granadina el Grand Hotel Alhambra Palace. Disponía de calefacción automática y ventilación electrónica, así como baños y agua caliente en todas las habitaciones. Se accedía a las plantas mediante ascensores y poseía un garaje. En Donostia, la sociedad Fomento de San Sebastián, creada en 1902 bajo patrocinio del Ayuntamiento, construyó el Hotel María Cristina. Abierto en 1912, el establecimiento respondía a las necesidades propias de un destino de élite y, de hecho, también fue Mewes el escogido para su diseño. Y es que, con semejante apuesta, Fomento de San Sebastián pretendía reforzar la imagen de la ciudad como destino turístico internacional, procurando atraer visitantes con un elevado poder adquisitivo.
Durante la Gran Guerra y la inmediata posguerra el crecimiento de la oferta nacional fue muy modesto. No obstante, también hubo iniciativas muy interesantes. En 1917 se inauguró en Santander, tras 15 meses de obras, el Hotel Real. En Barcelona, junto a los hoteles Nuevo Universal, Internacional, París, Madrid, Suizo, Massagué, Royal Hotel Meublé e Imperial, destaca la fundación en 1917 de la firma Hotel Ritz de Barcelona, S.A., con un capital social de 4 millones de pesetas, en la que participaban Gonzalo Arnús, Eusebio Güell, Juan Antonio Güell, Luis Bosch y Francisco Cambó, entre otros, y que abriría sus puertas al público en 1919. En esta coyuntura bélica también se inauguraron el Gran Hotel (Logroño), y el Palace Hotel (La Coruña). Además, en Málaga, el antiguo hotel Hernán Cortes fue transformado en el flamante Caleta Palace.
Tras la vuelta a la normalidad, el ciclo inversor de los años 20, muy estimulado por las exposiciones previstas en 1929 en Barcelona y Sevilla, fue muy positivo. Se incorporaron nuevos hoteles emblemáticos, como el Hotel Príncipe de Asturias (Málaga), el Hotel Carlton (Bilbao), el Hotel Formentor (Pollença, Mallorca), y el Hotel Alfonso XIII (Sevilla). Y como también hubo un notable aumento en el número de hoteles de menor categoría, el crecimiento del stock de capital turístico fue considerable. Especialmente en San Sebastián, La Coruña, Santander, Madrid, Barcelona, Málaga, Palma de Mallorca, Alicante, Almería, evidenciándose que el Mediterráneo iba ganando, de manera progresiva, terreno como destino turístico de verano a medida que el paradigma de sol y playa cogía cada vez más fuerza.