El Grand Tour fue una experiencia viajera que se identifica con el placer y el aprendizaje.
Su práctica se suele situar entre mediados de los siglos XVII y XIX. Fue realizado por jóvenes de toda Europa, sobre todo británicos, ubicados en las capas media y alta de la sociedad, que asimilaron la experiencia viajera como parte de su formación.
Podrían ver de cerca el arte clásico y el del Renacimiento, perfeccionar sus conocimientos de idiomas, codearse con la flor y nata de la sociedad europea, estar al corriente de las modas y tendencias entre la aristocracia, en definitiva, formarse y relacionarse. El periplo duraba varios meses o, incluso, años, y se solía efectuar con la compañía de un cicerone, un guía de confianza o un tutor. Se consideraban obligatorias las visitas a Francia e Italia. No obstante, las motivaciones formativas, condicionadas por las modas, hicieron ir variando el recorrido básico, de forma que París, Lyon, Aviñón, Ginebra, Turín, Milán, Venecia, Florencia, Roma, Nápoles, Pompeya, Sicilia, Hannover, Halle, Berlín, Dresde, Baden-Baden, Colonia, Frankfurt, entre otras ciudades, formaron parte del itinerario. Al volver a casa, los viajeros narraban a sus amigos sus experiencias y les mostraban libros, cuadernos, cuadros y esculturas que habían recopilado durante el mismo. Las obras de Canaletto, Pannini y Piranesi, entre otros, así como algunos vestigios arqueológicos, pasaron a engrosar su equipaje. Escuchar o leer sus vicisitudes y poder contemplar, a través de grabados y cuadros, cómo eran algunas de las ciudades más importantes de Europa, animaron a muchos a emprender experiencias similares.
Pero a medida que fue avanzando el siglo XIX fue cobrando importancia el denominado viaje romántico. Practicado por aristócratas y burgueses, su objetivo no era tanto el aprendizaje como el disfrute de los sentidos, destacando entre ellos el visual. La prioridad ya no era la formación, como en el Grand Tour, sino la contemplación de monumentos, paisajes o lugares históricos y la experimentación de sensaciones. Se quería huir de ciudades cada vez más aglomeradas, con una mayor cantidad de fábricas y grandes problemas medioambientales y de higiene pública, y recuperar el contacto con la naturaleza y con un pasado que se consideraba mejor. Se impulsó el interés por el exotismo, el misterio, la mitología, los lugares decadentes y abandonados que removían los sentimientos, y los relatos fantásticos e históricos, y se difundieron principios y elementos con enorme importancia para el turismo moderno: la visión artística y poética del paisaje que incentiva los sentidos y, por tanto, el deseo de viajar; la necesidad de cambiar temporalmente de aires para experimentar sensaciones; la búsqueda de la soledad, la introspección y el silencio, que impulsó destinos hasta el momento no demasiado apreciados, como los espacios naturales, vírgenes y no mancillados por el hombre. De todo ello derivó el interés por la naturaleza, los lugares exóticos, las iglesias, los restos arqueológicos o los castillos.
Para España, que había estado poco presente en el itinerario estándar del Grand Tour, la guerra contra la ocupación francesa (1808-1814) y el heroísmo de sus ciudadanos fueron muy positivos desde el punto de vista del turismo ya que suscitaron en Europa, en los inicios de la época romántica, una enorme simpatía. Era la lucha de un pueblo contra un gigante en busca de su libertad, de la reafirmación de su pasado y de su manera de entender la vida, de la fuerza del sentimiento frente a la de la razón. La contienda no solo llenó su tierra de tropas francesas y británicas, muchos de cuyos miembros quedaron fascinados por la singularidad del país y recogieron por escrito sus impresiones, sino que, algunos años más tarde, con el movimiento romántico extendiéndose como la pólvora por toda Europa, la victoria española sobre Napoleón fue vista como la encarnación de un pueblo heroico y valeroso, capaz de resistir las durísimas acometidas del ejército más poderoso del mundo, algo que encajaba a la perfección en el ideal romántico. España pasó entonces a ser un lugar digno de visitar ya que ofrecía todo lo que un romántico europeo, hastiado de una aburrida vida burguesa en las modernas urbes, podía esperar en su búsqueda de emociones nuevas, fuertes y exóticas: bandoleros, paisajes agrestes y peligrosos, corridas de toros, hermosas mujeres...
Fueron muchos los viajeros que narraron sus experiencias en libros. En ellos, se alternaron críticas, alabanzas y descripciones, más o menos ajustadas a la realidad, sobre lo vivido y lo observado. Como en bastantes ocasiones tuvieron un éxito significativo, primero entre la clase alta y con alto nivel educativo y, posteriormente, en el resto de la población, se convirtieron en una fuente de información decisiva, eso sí, muy subjetiva, para los potenciales turistas interesados en visitar España. En este sentido sería de justicia destacar a varios autores:
- Giuseppe Baretti publicó A journey from London to Genova: through England, Portugal, Spain and France (1770).
- Edward H. Locker narra sus impresiones viajeras y aporta 60 dibujos de lugares, ciudades y pueblos de España en Views in Spain (1823).
- Washington Irving, politico, escritor e hispanista, fue el autor de The Life and Voyages of Christopher Columbus (1828), Chronicles of the Conquest of Granada (1829), Voyages and Discoveries of the Companions of Columbus (1831) y Tales of the Alhambra (1832).
- El aristócrata Astolphe Custine realizó en 1831 un viaje por España y contó sus peripecias viajeras en L´Espagne sous Ferdinand VII (1838).
- En 1831 se publicó Spain in 1830, del periodista, escritor, viajero e hispanista Henry David Inglis.
- Richard Ford, abogado, periodista y dibujante que vivió en España varios años, fue el autor de A Handbook for travellers in Spain and readers at home (1844), Gathering from Spain (1846), y The Spanish bull fights (1852).
- Alexandre Dumas, novelista y dramaturgo francés, narra sus vivencias por España camino de Argelia en De Paris a Cadix (1847) y La Veloce (1848).
- De Prosper Mérimée, escritor, historiador y arqueólogo francés, destacan Carmen (1845), ambientada en una España exótica y romántica (en 1875 Georges Bizet compondría la popular ópera), y Lettres d´Espagne, cuatro textos fechados en Madrid y Valencia en 1830, con anotaciones posteriores, en los que esboza en cuatro pinceladas la España más negra y profunda: las corridas de toros, una ejecución, los ladrones, y las brujas españolas.
- George Borrow fue el autor de The Bible in Spain (1843), en el que describe sus experiencias en prisión por difundir la Biblia y critica el catolicismo cerril de algunos españoles, pero en el que también hay espacio para descripciones costumbristas y alabanzas a algunos paisajes hispanos, y The Zincali. An Account of the Gypsies of Spain (1841).
- George Sand, seudónimo de la escritora francesa Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant, pasó el invierno de 1838-39 con sus hijos y Frédéric Chopin en la Cartuja de Valldemosa, en Mallorca. En 1842 se publicó su famoso Un hiver à Majorque.
- Hans Christian Anderssen narra su viaje durante el otoño de 1862 en In Spain (1863).
- Théophile Gautier, poeta, dramaturgo, novelista, periodista, crítico literario y fotógrafo, fue el autor de Voyage en Espagne (1843).
- El marino y escritor Samuel Edward Cook fue el autor de Shetches in Spain (1834) y de Spain and the spaniards in 1843 (1844).
- El escritor ruso Vasili Botkin describe su periplo en la España de 1845 y analiza la historia, la cultura, la sociedad y la política en Letters on Spain (1847).
- En Reise-Skizzen. Spanien (1855) el archiduque Ferdinand Maximilian de Austria relata el viaje realizado en 1851 y 1852.
- Frances M. Elliot, tras visitar España en 1881 y 1882, publicó su libro Diary of an Idle Woman in Spain (1884).
- Charles Davillier, historiador, y Gustave Doré, pintor, grabador y escultor, fueron los responsables de los grabados publicados entre 1862 y 1873 en la revista Le Tour du Monde bajo el título Voyage en Espagne, así como del libro L’Espagne (1874).