La historia de la cadena Paradores de Turismo se remonta al periodo de la dictadura del general Primo de Rivera.

 Fue Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, al frente de la Comisaría Regia del Turismo desde 1911, el que propuso la construcción por parte del Estado de pequeños hoteles o paradores en ciudades no muy pobladas, pero con interés turístico, así como en las carreteras y en parajes montañosos.

 La Administración vio con buenos ojos esta propuesta y el 1 de agosto de 1926 comenzaron las obras del que sería el primer alojamiento estatal: el Parador Nacional de Gredos. Ubicado a 170 km de Madrid y pensado básicamente para los amantes de la naturaleza, del excursionismo y de la caza, se construyó en la cumbre del Puerto del Risquillo, a 1.650 metros de altitud, en unos terrenos que en mayo de dicho año el ayuntamiento de Navarredonda de Gredos había cedido gratuitamente al Estado y desde los que se podía contemplar el valle del Tormes. Las obras finalizaron en abril de 1927 y justo un año después se abrieron al público las puertas de este establecimiento de nueva planta que, no obstante, integraría en su fachada principal la portada de un edificio civil del siglo XV. Este primer parador podía alojar alrededor de treinta clientes, tenía capacidad para atender entre ciento cincuenta y doscientas personas en el comedor, y contaba con un seleccionado mobiliario que proporcionaba un ambiente marcadamente cinegético.

 Tras la creación en 1928 del Patronato Nacional del Turismo (PNT), que vino a sustituir a la Comisaría Regia al frente de la organización administrativa turística española, se estimó conveniente la creación de una Junta de Paradores y Hosterías del Reino, que estaría presidida por Juan A. Gamazo, y cuya función sería ofrecer, a precios razonables, un producto de calidad que contribuyera a estimular el sector en áreas turísticamente atractivas pero con una escasa o inexistente infraestructura hotelera, a inspirar a la hotelería privada nacional y, en definitiva, a facilitar el auge del turismo en España. Y para ello se estimó oportuno construir edificios de nueva planta y, también, restaurar y adaptar algunos castillos, conventos o palacios señoriales, en muchos casos abandonados, pero de indudable interés artístico e histórico. En este sentido, la intervención pública cumplía dos funciones: ampliaba la oferta española de alojamiento, a la que empujaba a mejorar en calidad, y dedicaba parte de sus recursos a restaurar edificios con destacado valor histórico y artístico, muy en consonancia con la apuesta por el turismo cultural y de naturaleza que había hecho España en las primeras décadas del siglo XX.

 En julio de 1928 comenzaron en Mérida las obras del primer parador para el que se adaptó un edificio histórico: el antiguo Convento de Jesús Nazareno, construido en el siglo XVIII y que había sido cedido gratuitamente al Estado por el ayuntamiento, su propietario, durante un periodo de treinta años. La necesidad de espacio para habitaciones obligó a modificar sustancialmente algunas zonas del edificio, aunque apenas afectaron a la iglesia y al claustro. Pero por diferentes motivos relacionados con la dirección de las obras se ralentizó en exceso el proyecto. De hecho, sus cuarenta y siete plazas no serían inauguradas hasta el mes de mayo de 1933.

 Nada más iniciarse el año 1929 se colocó la primera piedra del Hotel Atlántico (Cádiz). Fue promovido por el presidente del PNT, se materializó mediante la empresa Sociedad Gran Hotel Atlántico de Cádiz, a la que el Ayuntamiento cedió gratuitamente el terreno y cuyas acciones habían sido suscritas a finales de 1928 por el Estado, y fue inaugurado en noviembre de 1929 ofertando ciento sesenta y ocho plazas. Pero sus problemas de funcionamiento, de cumplimiento de sus obligaciones fiscales y de ciertas deficiencias en la ejecución de la obra, determinaron que fuera adjudicado al Estado en marzo de 1931

 La rehabilitación de palacios para uso hotelero continuó en Oropesa. El Ayuntamiento de este municipio toledano cedió en abril de 1929 al Estado, de manera gratuita y durante veinte años, el usufructo de parte del Palacio de los Álvarez de Toledo o Palacio Nuevo, edificado a mediados del siglo XVI. Situado entre la sierra de Gredos y el río Tajo, y rodeado de un enorme encinar, el parador contaba con ocho habitaciones dobles, seis de ellas con baño privado, y una sencilla, calefacción central, un comedor con capacidad para treinta comensales y una decoración interior de tipo regional. Fue inaugurado en marzo de 1930.

 Poco después se incorporarían a la cadena pública dos hosterías, dedicadas exclusivamente a prestar servicios de restauración con la misión de propagar las excelencias gastronómicas españolas y, de una manera especial, las de la región en que se encontraran situadas. La primera, en La Rábida. Atendiendo una iniciativa de la Diputación Provincial de Huelva, y tras la adquisición por parte del Estado de los terrenos, se construyó este edificio de nueva planta, con un comedor para atender a medio centenar de clientes, y a escasos cien metros del Convento de Santa María, erigido entre los siglos XIV y XV y declarado Monumento Histórico y Artístico en 1856. Abrió sus puertas al público en mayo de 1930, seis meses antes de lo que lo hiciera la Hostería de El Estudiante. Para ella, se rehabilitaron locales contiguos al patio renacentista del Colegio Menor de San Jerónimo o Trilingüe, construido en el siglo XVI e integrado en la Universidad de Alcalá de Henares. En este caso, la sociedad propietaria del inmueble había solicitado en enero de 1929 ayuda económica para repararlo. Pero en julio de ese mismo año había procedido a cedérselo al PNT en usufructo, de manera gratuita y por un plazo de treinta años.

 La creciente afición por el contacto con la naturaleza y la práctica de deportes de montaña animó al PNT a poner en marcha el Refugio de Áliva (Cantabria). De nueva planta, situado a 1.780 metros de altitud en la parte central del macizo montañoso de Los Picos de Europa, y dotado con veintiocho plazas, comedor, salón y habitaciones para el servicio, fue inaugurado el 20 de julio de 1930. Con características arquitectónicas similares al Parador de Gredos, ambos se asemejaban a las tradicionales casas de montaña de las regiones en las que se ubicaban.

 Las últimas experiencias rehabilitadoras tuvieron lugar en Úbeda y en Ciudad Rodrigo. En la primavera de 1929 el Ayuntamiento de Úbeda adquirió el Palacio del Marqués de Donadío, cuyo origen se remonta a finales del siglo XVI y que está ubicado en una céntrica plaza donde comparte espacio con algunos de los monumentos más destacados de la ciudad, como el Palacio Vázquez de Molina, la Sacra Capilla del Salvador y el Palacio Marqués de Mancera, todos ellos erigidos en el siglo XVI. Poco después, en el mes de septiembre, el inmueble fue cedido al Estado para su adecuación como instalación hotelera. Tras su completa remodelación, el parador se inauguró el 10 de noviembre de 1930 ofertando quince habitaciones, cinco sencillas y diez dobles. Además, siete de los dormitorios contaban con baño privado. Por otro lado, en Ciudad Rodrigo el proceso fue bastante similar. En 1929 el Estado, propietario del antiguo Castillo Enrique II de Trastámara, una fortaleza del siglo XIV, le cedió al Ayuntamiento el usufructo de parte del mismo para su rehabilitación como alojamiento turístico. Un año después el inmueble pasó a depender del PNT. Tras acometer reformas menores, sus veintiocho plazas estarían operativas a finales del mes de abril de 1931.

 La quinta tipología de establecimiento turístico que emprendió el PNT fueron los albergues de carretera. En noviembre de 1928 se convocó un concurso nacional de proyectos para construir doce en las principales vías de comunicación, en los que los automovilistas pudieran encontrar un lugar donde poder descansar, reponer fuerzas e, incluso, reparar su vehículo. Se determinó, en aras de una mayor economía en la edificación, explotación y sostenimiento, que se construyese un único tipo de albergue de dos plantas. Debería poder atender a tres automóviles diarios, con una capacidad media de cuatro viajeros cada uno. Es decir, doce plazas de alojamiento, en cuatro habitaciones dobles y cuatro individuales. Asimismo, deberían contar con servicios de comedor para treintas comensales, teléfono, lavadero y surtidor de gasolina, botiquín de urgencia y tres cocheras independientes. El proyecto elegido fue el presentado por Martín Domínguez y Carlos Arniches y la construcción fue adjudicada por un importe de 2,5 millones de pesetas. Tras la selección y adquisición de los terrenos, en la que primó la donación gratuita a favor del PNT por parte de los respectivos ayuntamientos, se inició el proyecto. Los doce albergues previstos se ubicarían en Manzanares, Bailén, Quintanar de la Orden, Benicarló, Aranda de Duero, Almazán, Medinaceli, La Bañeza, Triste, Antequera, Puebla de Sanabria y Puerto Lumbreras. Pero la supresión de la Junta de Paradores, en el verano de 1930, ralentizó el proceso. Cuando en abril de 1931 se instauró la República, solo el Albergue de Manzanares había entrado en funcionamiento. Lo había hecho apenas un mes antes.

Escribir un comentario