En su fiesta de Las Cruces y los Fuegos de Mayo, Los Realejos compiten en dos calles por ofrecer los más espectaculares fuegos artificiales de Europa.
Un año más –y éste con más fuerza después de dos sin celebraciones–, el pequeño municipio de Los Realejos, en Tenerife, a los pies del Orotava y del Teide, ha vuelto a escenificar una vieja rivalidad entre dos calles que provoca el mayor espectáculo de fuegos artificiales que puede contemplarse en Europa. Toneladas de pólvora y una sofisticada tecnología dan como resultado un prodigio de luces y sonidos que estremece el cuerpo y conmueve el alma. Casi dos horas de explosiones, colores evanescentes, fuegos efímeros, tracas y relámpagos que iluminan y hacen vibrar las calles, y los barrios, de El Sol y El Medio en un raro homenaje a la Santa Cruz que desfila por sus callejas pero hace una parada entre cohetes porque también quiere contemplar este singular y exclusivo espectáculo que nace en unas campas aisladas pero también en las azoteas de muchas de las casas.
Volcanes, carcasas, palmeras, cohetes, candelas, bengalas, bombetas, voladoras, petardos, truenos, fuentes, baterías... crean multitud de efectos visuales, combinando colores, estallidos, destellos, cruces de direcciones y también tonos sonoros en forma de estallidos, chispas, silbidos, explosiones. Todo ello es el resultado de distintas combinaciones de salitre, azufre, carbón vegetal, sulfato de cobre, alcanfor, dextrina, antimonio y de la destreza de unos artesanos dedicados al raro oficio de crear obras maestras que terminan convertidas en humo.
Pero lo de menos es el contenido y las formas de estos fuegos que se transforman en una especie de magia que dura segundos, pero llena de entusiasmo y admiración a quienes la contemplan. Lo importante es la propia celebración y el “pique” pacífico entre las dos calles que se remonta a casi 300 años y que nunca ha tenido un vencedor ni un vencido. En todo caso, la única que vence es la Cruz Santa, auténtica protagonista de la fiesta y a la que todos los alentejanos, de una calle u otra rinden devoción. Una tradición que cada año cobra más fuerza, heredando la costumbre las generaciones más jóvenes. La celebración es Fiesta de Interés Turístico Nacional desde 2015 y aspira a ser de Interés Internacional en breve.
“Hemos de agradecer especialmente en este año –comenta el alcalde de Los Realejos, Manuel Domínguez– con todo lo que supone este regreso a la normalidad, la paciencia y responsabilidad que ha mantenido la sociedad realejera para saber esperar el momento, y, ahora sí, dar al fin lo mejor de todos nosotros para volver a colocar a Los Realejos en el mapa internacional como uno de los lugares más destacados en cuanto a tradiciones y fiestas, donde nuestro Día de Cruz supone nuestro principal eje promocional, por el que tanta gente de tantas partes del mundo nos conoce, y eso se lo debemos sin discusión a los realejeros y las realejeras que han sabido coger el testigo y trabajar por y para estas celebraciones”.
Una aparición milagrosa
Como ocurre con frecuencia, los símbolos religiosos –vírgenes, santos, cruces...– nacen de forma milagrosa a mitad de camino entre la historia y la tradición. De la cruz de Los Realejos se cuenta que en 1666 un jinete cruzaba el barranco del Pago de la Higa, cuando su caballo se detuvo bruscamente y se negó a seguir. El amo, molesto, lo azuzó para que caminara, y el caballo terminó tirándolo de la montura. Cuando el jinete se recuperó de la caída descubrió al animal escarbando la tierra. De entre las piedras asomó entonces una cruz de madera, y el hacendado, conmovido ante el acontecimiento, dispuso levantar una capilla en ese mismo lugar, el Montículo de la Suerte, que con el tiempo sería el templo del Apóstol Santiago (en conmemoración de la festividad en que los soldados castellanos dieron por finalizada la conquista de Tenerife). De aquella cruz solo quedaron unos pocos maderos que ahora están en el interior de una cruz de filigrana de plata (1677), que es la que desfila por las calles el 2 y 3 de mayo de cada año.
Y es también la cruz –las cruces porque son más de 300 las que se exhiben en el municipio– otra de las rivalidades que afectan a todo el pueblo, a todas sus calles. Capillas, portales, ventanas, escaparates, interiores de viviendas, patios, incluso simples paredes se adornan con cruces y fuera de la urbe, también en riscos, peñas en el mar, caminos y quebradas en el monte. Cientos de cruces y millones de flores formando enrames deslumbrantes o modestos que forman un catálogo de las más bellas y olorosas variedades. Orquídeas, anturios, rosas gigantes, tulipanes, claveles, margaritas, calas y, naturalmente, la Strelitzia reginae, más conocida como ave del paraíso, la más típica de Canarias.
Nada se hace al azar, las flores más pequeñas se colocan cerca de la cruz y a medida que se van alejando aumentan de tamaño. Los colores son muy variados y siempre en armonía, pero predomina el blanco. Y aunque las protagonistas son las flores, también cuentan los damascos y los doseles, el paño blanco sobre los brazos de la cruz que simboliza la Resurrección de Cristo, los búcaros de cristal o porcelana, los candelabros y las velas cubiertas por relieves en cera, los encajes, la alfombra... En algunos casos también hay una hogaza de pan y una jarra con vino que recuerdan la Última Cena.
Una larga historia
Todo empezó por una rivalidad entre dos barrios, incluso dos calles del mismo municipio, la calle El Sol y la calle El Medio; aunque también, según se dice, entre dos clases sociales bien diferenciadas: los propietarios y hacendados de las tierras por donde discurría la calle El Medio, también conocida como calle de los Marqueses, y los medianeros y pequeños campesinos de la calle El Sol. Así nació el “pique” que se remonta a 1770, aunque estos contrastes económicos tan pronunciados han desaparecido.
¿Por qué se enfrentaban los barrios? ¿Dónde nace esa rivalidad? Históricamente se trataba de un día de conflicto simulado entre marqueses y campesinos. El “pique” consistía en que al paso de la Cruz en procesión, cada calle encendía hogueras, humos de colores y se hacía mucho ruido, de modo que ganaba aquella que mayores fogatas, mayores columnas de humo o más ruido hubiera hecho. Pero tras la irrupción de las pirotecnias en estas fiestas, se pasaron a vivir auténticas batallas campales con petardos y voladores que surcaban el cielo en horizontal buscando la calle “enemiga”.
Lo que comenzó con hogueras, humos de colores, ruidos, tracas y regueros de pólvora colocados por los fieles en las aceras y zaguanes de las casas, pasó a ser auténticas batallas campales con petardos y voladores que surcaban el cielo en horizontal buscando la calle “enemiga”. Se cuenta que un año los vecinos de la Calle del Sol trajeron un cañón auténtico proveniente del Fortín de San Fernando en la costa realejera, y llenándolo de pólvora lo dirigieron hacia los tejados y azoteas de la Calle del Medio, separadas ambas por un barranco –actualmente convertido en calle–, apenas a 40 metros de distancia. No hubo que lamentar daños personales pero sí regocijo en la Calle del Sol y pánico en la del Medio. Fue más que un “pique”.
Financiación vecinal
Una singularidad de esta fiesta y de sus fuegos artificiales es que se financian con las aportaciones de los vecinos; lo que se llama la “perra de la Cruz” es una tradición y una necesidad que lleva a pedir puerta por puerta el dinero que luego se invertirá en las fiestas, colaborando todos los vecinos y los simpatizantes con una cuota mensual que se engorda los últimos días cuando se hace la postrera recogida. Además de esta financiación se realizan diferentes actividades a lo largo del año para conseguir aumentar los fondos, como pueden ser excursiones, comidas, viajes, etc., así como las ya tradicionales rifas y hartangas de Navidad. También contribuyen al fondo los donativos que muchas personas envían desde fuera del municipio y los recogidos en cada capilla de Cruz. Además de eso, antiguamente se calaban manteles, se criaban cochinillos y hasta hubo un tiempo en el que se cuidaban potros para luego venderlos. Es digno de mención el esfuerzo de los vecinos tanto moral como económico para llevar a cabo estas Fiestas de Cruz, pues no reciben subvenciones ni ayudas oficiales de ningún tipo, algo que le da a estas fiestas un carácter único.
Hoy, la antigua “guerra” es un motivo de fiesta que convierte a Los Realejos, en Tenerife, los días 2 y 3 de mayo en una de los pueblos más decorados y bellos de España. Pero lo que no ha cambiado es la esencia que siempre ha caracterizado estas celebraciones y que es la de venerar a la Cruz, acogiendo con los brazos abiertos a todos aquellos que vienen cada año a admirar la devoción y entrega que los vecinos de ambas calles ponen en la realización de una fiesta única e incomparable.