Durante la Guerra Civil las empresas de transportes terrestres, las navieras, la incipiente aviación, la hostelería, los balnearios y la red de establecimientos públicos del Estado se pusieron al servicio de la economía de guerra.
Entre los meses de agosto de 1936 y mayo de 1937, en la España republicana se redujo el número de efectivos humanos destinados a la política turística, siendo cesados 37 funcionarios del Patronato Nacional del Turismo (PNT), y la administración del turismo fue progresivamente integrada en los servicios de propaganda.
El 21 de noviembre de 1936 se adscribió el PNT al recién creado Ministerio de Propaganda. Pero el 27 de mayo del año siguiente fue integrado en la Subsecretaría de Propaganda, dependiente del Ministerio de Estado. Y, como es lógico, trabajó para, sobre todo, denunciar los desastres de la guerra y la destrucción del patrimonio monumental y artístico, destacando la publicación de carteles y de los folletos El fascismo destruye el Tesoro Artístico de España, centrados en el Palacio del Infantado, en Guadalajara, la Pila bautismal de Cervantes, el sepulcro del Cardenal Cisneros y el Patio Trilingüe de la Universidad, en Alcalá de Henares, y el Museo del Prado, el Palacio del Duque de Alba y el Palacio Nacional, en Madrid. Además, también se organizaron viajes individuales o colectivos, financiados institucionalmente y con fines propagandísticos. Sus partícipes fueron personalidades de los países de nuestro entorno y su objetivo, generar relatos a partir de la experiencia vivida en la España en guerra, más o menos mediatizada por el control del anfitrión, para ganar las opiniones públicas de sus respectivas naciones y el concurso de sus gobiernos al triunfo de la causa propia. Sus testimonios fueron difundidos a través de los servicios de propaganda y en los medios de comunicación de masas de la época.
En la España controlada por Franco habría que esperar hasta el 30 de enero de 1938 para encontrar un movimiento institucional en la política turística. Al reorganizarse la Administración Central del Estado, se creó el Servicio Nacional de Turismo (SNT) como órgano dependiente del Ministerio del Interior. Poco después, el 16 de febrero, se nombró máximo responsable del nuevo organismo turístico a Luis Antonio Bolín Bidwell. Y el 29 de diciembre de 1938 se aprobó que el Ministerio del Interior pasara a denominarse Ministerio de la Gobernación, que éste estuviera constituido por las subsecretarías de Interior, de Orden Público, y de Prensa y Propaganda, y que el SNT quedara integrado en esta última subsecretaría. Desde su sede inicial de San Sebastián, más adelante se ubicaría en Málaga y en Madrid, el organismo dirigido por Bolín trabajó, con escasos medios, para atraer turistas y propagar las bondades de la España controlada por Franco. El 25 de marzo de 1938 se le encargó organizar un circuito de viajes denominado Ruta de Guerra del Norte en el que ciudadanos extranjeros pudieran visitar “los lugares más relevantes de aquella gloriosa etapa de la Cruzada” y así publicitar “la Causa” y obtener “divisas extranjeras”. Inspirándose en lo ocurrido en Francia o Italia tras la Primera Guerra Mundial, las autoridades franquistas quisieron invitar, en plena guerra, a ciudadanos de toda Europa para que pudieran comprobar directamente el orden, la tranquilidad y el progreso que se disfrutaban en la España no republicana.
Poco después, comenzaron las gestiones para dotar al proyecto de guías-intérpretes especializados y autobuses de calidad. Para el primer objetivo se aprobó, el 19 de mayo, una convocatoria de 15 plazas, que se resolvería a principios del mes de junio. Sería “condición indispensable poseer dos de los siguientes idiomas: alemán, francés, inglés y portugués”. Además, “el conocimiento de otros idiomas, y especialmente del italiano, sería tenido en cuenta para la puntuación”. En cuanto a los vehículos, se optó por la oferta presentada por el representante de Chrysler, José Luis Vidaurre, vicepresidente de la Sociedad Española Importadora de Automóviles, S.A. El montante ascendió a 660.000 pesetas y los 20 autocares llegaron al puerto de Bilbao a finales del mes de junio, siendo denominados con nombres de batallas: Teruel, Belchite, Oviedo, Santander, Alcázar de Toledo, entre otras. Además, se llegó a un acuerdo con Francisco García Gamoneda, propietario de Automóviles Luarca, para que se encargara del mantenimiento de los vehículos y de aportar sus conductores.
Se contactó con agencias de turismo presentes en Italia, Francia, Alemania, Suecia, Reino Unido, Bélgica, Holanda, Suiza y Portugal, y con algunos bancos. A las primeras se les ofreció una comisión del 15 % sobre el precio de cada billete. A su vez, éstas podrían conceder el 10 % de comisión a las agencias más pequeñas que les proporcionasen viajeros. Eran, por tanto, viajes intermediados, de forma que un cliente no podía inscribirse directamente en el SNT, sino a través de las agencias que vendían unos cupones previamente obtenidos en los bancos concertados, ubicados en Londres, París, Bayona, Ámsterdam, Bruselas, Zúrich, Berlín, Roma y Lisboa. Éstos, por su parte, remitían al banco con sede en Londres el producto de la venta de los cupones. Así, el Estado se aseguraba la entrada de divisas y liquidaba las facturas con los hoteles y demás establecimientos. Estas estrictas condiciones únicamente se flexibilizaron para los viajeros que entraban por vía marítima, en cuyo caso se les daban facilidades para incorporarse a la Ruta mediante descuentos de hasta el 45 % en los viajes por tren.
Para la promoción se contrataron anuncios en la prensa internacional y se editaron carteles y folletos informativos. Uno de estos últimos, con el título Visitad las rutas de guerra en España. La España nacional os invita a visitar, fue impreso en Berlín en 6 idiomas y tuvo una tirada de 100.000 ejemplares. Incluía un breve texto, un mapa con el itinerario y alrededor de 70 fotos en las que se plasmaban campos de batalla, ruinas, columnas de soldados, parajes pintorescos y diversos militares, Franco entre ellos. Además, estaba previsto que al cruzar la frontera los turistas recibirían un breve folleto explicativo de la campaña para la “reconquista” de las provincias cantábricas y algunas indicaciones precisas del recorrido.
Se ofertaban autocares confortables, los mejores hoteles, buenos restaurantes, escalas en lugares pintorescos, clima delicioso, bellísimos paisajes, cordial acogida, y todo ello a un módico precio. Se pretendía que los turistas que visitasen la Ruta del Norte encontrasen las bondades que el nuevo gobierno había traído a estos territorios y que algunos de ellos, periodistas o escritores, publicasen en artículos o libros la realidad que habían contemplado en la excursión.
Los requisitos exigidos a los potenciales clientes no fueron laxos. El pasaporte debería estar visado por un consulado español en el país de origen. No obstante, para simplificar formalidades y vender más billetes, se aceptaron turistas sin visado e, incluso, sin pasaporte, siempre y cuando inscribieran su nombre en el salvoconducto colectivo que debía llevar el jefe de la expedición. Estaba prohibido que los turistas portasen mapas y cámaras fotográficas, así como entrar o sacar billetes del Banco de España. Debían declarar cuánta moneda foránea traían, realizar los cambios a pesetas en los establecimientos autorizados, y, al abandonar el país, cambiar las pesetas sobrantes a moneda extranjera. Se aspiraba, con ello, a evitar la fuga y el mercado negro de pesetas. Por otro lado, se recomendaba a los viajeros una maleta por persona, además de un maletín de mano, y se les permitía comprar postales, libros y folletos propagandísticos del régimen.
El 25 de mayo de 1938 el SNT fue autorizado para organizar “en el próximo verano, un circuito de viaje denominado Ruta de Guerra del Norte, destinado principalmente a extranjeros”. Y el 1 de julio se inauguró, siendo los primeros pasajeros tres religiosas francesas y un periodista británico. El itinerario 1, de 1.010 km y 9 días de duración, partía y finalizaba en Irún, tras visitar San Sebastián, Santander, Covadonga, Oviedo y Bilbao. El 1 bis, de 1.550 km y la misma duración que el anterior, comenzaba y concluía en Tuy, y permitía recorrer las Rías gallegas, Santiago, Lugo, Oviedo y Santander. Los precios iban desde las 400 pesetas, para los españoles, a las 8-9 libras, o su equivalente en la moneda nacional de los países emisores, para los extranjeros. El 29 de octubre de 1938 se autorizó la apertura de nuevas rutas nacionales de guerra. Las denominadas Aragón y Madrid, cuyos itinerarios incluían las visitas a Zaragoza, Belchite, Huesca, Teruel y la sierra de Alcubierre, en el primer caso, y al Alcázar de Toledo, Ciudad Universitaria de Madrid, Brunete, Altos de Guadarrama, Ávila y Segovia, en el segundo, no llegaron a inaugurarse por los avatares bélicos. Solo fue posible la salida, en diciembre de 1938, de la expedición inaugural de la enmarcada en Andalucía. Con una duración idéntica a las excursiones norteñas, una extensión de 1.094 km y un precio de 490 pesetas, cubría el circuito Sevilla, Jerez, Cádiz, Algeciras, Málaga, Ronda, Granada y Córdoba, ciudades estas últimas en las que los clientes estuvieron a punto de ser bombardeados. Si el viajero entraba en España por la frontera de Irún tendría que abonar un cupón complementario que iba desde las 6,1 hasta las 10 libras esterlinas, en función de la calidad del transporte elegido para desplazarse desde la frontera francesa hasta Sevilla. Además, se previó la extensión del viaje para aquellos visitantes que quisieran enlazar la del Norte con la de Andalucía, bonificando a los interesados con un 5 % de descuento sobre el precio final.
Año y medio después de la puesta en marcha de las Rutas se habían recorrido unos 250.000 km y transportado a 8.060 pasajeros, entre los que predominaron los escritores y los predicadores. Los ingresos totales cosechados durante esos 18 meses ascendieron a 1,3 millones de pesetas. De ellos, 461.252 pesetas se abonaron a los hoteles y 570.903 pesetas se destinaron a otros gastos. Por lo tanto, se lograron unos beneficios líquidos de 270.378 pesetas. En definitiva, parece que, gracias a una experiencia en la que el objetivo propagandístico se antepuso al puramente económico, algunas empresas privadas, como hoteles, agencias de viajes y restaurantes, entre otras, pudieron obtener en un contexto nada favorable para ellas unos ingresos económicos que, aunque fuera de manera modesta, probablemente coadyuvaron a que se pudieran mantener a flote en un país que se desangraba.